La Paz perfecta
El Rey convocó a los mejores artistas de su reino con una orden inapelable: crear un cuadro que representara la paz perfecta. No aceptó excusas ni dilaciones; la obra debía reflejar con absoluta claridad lo que significa la paz verdadera, sin falsas idealizaciones ni romanticismos baratos.
Los artistas trabajaron sin descanso, pero fueron rechazados una y otra vez. El Rey esperaba una imagen que fuera más que calma o ausencia de conflicto; quería una verdad contundente, cruda, la esencia misma de la paz en un mundo imperfecto. No buscaba un paisaje idílico ni figuras felices sin motivo, sino un reflejo que confrontara al espectador, que mostrara qué se necesita para alcanzar esa paz y, sobre todo, qué implica mantenerla.
Finalmente, un pintor presentó su obra: un cuadro donde en medio de una tormenta furiosa, un pino robusto se mantenía firme. En una de sus ramas, un ave protegía con celo un nido que contenía pajaritos indefensos. A pesar del viento y la lluvia, el ave los resguardaba, simbolizando la paz como un refugio posible incluso en medio del caos y la adversidad.
El Rey lo miró fijamente y pronunció: “Esto es la paz perfecta. No es la ausencia de tormentas, sino la protección y cuidado que se mantiene firme frente a ellas.” Así, dejó claro que la paz real exige coraje, protección y com-promi.so, no discursos vacíos ni ilusiones.



